jueves, 10 de junio de 2010

la tarde

La luz del ocaso se filtraba a través de la persiana. Al despertar, tuvo que tomarse un tiempo para recordar dónde estaba: en la habitación de un hotel, en la cama, junto a él. Se dio la vuelta y le miró, dormido, la respiración pausada, tranquila, los labios ligeramnete separados, el pulso se adivinaba a través de la piel de su cuello y su pecho moviéndose al compás de la respiración. Aun pequeñas gotas de sudor se veían en su cuerpo y por toda la habitación se podía sentir el característico olor del sexo...Si cerraba los ojos por un instante podía sentir sus manos recorriendo su cuerpo ansiosas de crear recuerdos, de atrapar todo lo que había estado meses deseando tocar, besar, lamer...Recorrió con la yema del dedo su cuello y lentamente bajó entre sus clavículas, su pecho hasta llegar a su ombligo...él se estremeció y abrió los ojos, ella retiró la mano y se miraron, sonrieron haciéndose eco de lo sucedido, cómplices de una batalla de caricias acabada en tablas. Él se incorporó, la acercó hacia si y la besó, dulce boca que la llevaba hasta lugares que no había soñado hasta entonces. Solo el contacto de sus labios fueron suficiente para desencadenar la máquina del deseo nuevamente en su interior. Quería que esa dulce sensación no acabara nunca, deseaba que esa tarde no tuviera fin.

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